La población de Melanesia, en Oceanía, conserva vestigios genéticos que podrían pertenecer a una especie desconocida con la que cruzaron nuestros ancestros.
El culebrón de nuestro árbol evolutivo vuelve a complicarse. En el último congreso anual de la American Society of Human Genetics, el investigador Ryan Bohlender, de la Universidad de Texas, reveló los detalles de un estudio genético que apunta a la existencia de otra especie humana desaparecida y con la que habrían mantenido relaciones sexuales nuestros antepasados.
Hasta ahora se sabía que una pequeña fracción del ADN del Homo sapiens moderno proviene del cruzamiento con neandertales y denisovanos, especie esta última de la que se encontraron algunos fragmentos óseos en una cueva de Siberia hace ocho años. El objetivo inicial de Bohlender y su equipo era determinar qué porcentaje de material genético ha quedado como vestigio del contacto con aquellos europeos extintos usando un nuevo modelo computacional.
Y según sus resultados, tanto los asiáticos como los europeos compartimos la misma proporción de ADN neandertal: el 2,8%, exactamente. Investigaciones recientes apuntan a que esos genes serían responsables de aumentar el riesgo de contraer ciertas enfermedades o problemas de salud que aquejan a la humanidad actual, como la depresión, los ataques cardiacos, ciertas afecciones de la piel o una mayor vulnerabilidad frente al virus del papiloma humano.
La herencia denisovana estaría mucho más diluida: mientras que ha desaparecido en el genoma de los europeos modernos, apenas aporta un 0,1% del de los asiáticos.
El problema surgió al analizar la población autóctona de las islas melanesias, en Oceanía, que no solo poseen un porcentaje sensiblemente mayor de ADN denisovano –un 1,1 %–, sino que presentan también trazas genéticas no identificadas, probablemente de una tercera especie que también se cruzó con individuos de Homo sapiens.
El hallazgo es respaldado por un estudio independiente realizado por investigadores del Museo de Historia Natural de Dinamarca, que analizaron el material genético de 83 aborígenes australianos y 25 nativos de Papúa Nueva Guinea. Aunque el ADN misterioso se parece al denisovano, contiene los suficientes rasgos distintivos para adjudicarlo a otra estirpe de humanos.
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