jueves, 8 de enero de 2015

El Efecto Mariposa: Tú, Yo Y El Vecino de Enfrente, Todos Estamos Metidos En El Ajo

¿Has visto la película El Efecto Mariposa? Si la respuesta es sí enseguida entenderás por qué el relato de la misma va más allá de la ficción, y si no la has visto, ya tienes plan para esta noche. Todos conocemos el efecto mariposa: “el simple aleteo de una mariposa en Japón puede causar un tornado en Nueva York“. Sin embargo, no nos damos cuenta de que en ciertos momentos somos nosotros esa mariposa y también somos los que sufrimos, más tarde, el tornado. Podría traducirse de otra manera, tal como diría Daneuri Restituyo: “al olvidar los pequeños detalles, sufrimos las mayores consecuencias“.

Piensa en ese mensaje que enviaste sin pensar, en ese documento que no releíste porque creías que ya estaba bien, en esas clases a las que decidiste dejar de ir, porque todo esto, un día puede conllevar unos efectos de dimensiones imprevistas y desproporcionadas.

A menudo, las discusiones en las que nos vemos inmersos no tienen nada que ver con el problema que la ha desatado, sino que son producto de pequeñas acciones pasadas que en ese momento han alcanzado su punto de inflexión, y es justo entonces cuando todo estalla.

La mariposa de la que hablamos puede surgir en cualquier momento, puede que haya sido simplemente una mirada a otra persona delante de tu pareja o esa vez preferiste no quedar con tu mejor amigo, porque, total, “ya os veréis otro día“, o simplemente una contestación desafortunada justo en el momento más inoportuno, sea como sea, esos son los primeros pasos que a veces desencadenan en un gran paso mal dado.

Alberto Manguel lo definió muy acertadamente: “uno de los aspectos más patéticos de la experiencia humana es nuestra ignorancia de las verdaderas consecuencias de nuestros actos“. No pensamos que nuestros malos actos o palabras un día pueden volverse en nuestra contra, pero en cambio, sí esperamos que cualquier buena acción nos sea gratificada. Elegimos nuestros actos, pero no sus consecuencias, cuando ambas deberían ir de la mano.

Aún así, el efecto mariposa no siempre tiene que ser catastrófico, a veces, un pequeño gesto, puede resultar un gran cambio. No esperes resultados inmediatos, sino éxitos que sean largos y placenteros. Una obra altruista, una sonrisa cuando toca, unas palabras acertadas, cualquier detalle, si es con intención generosa, tendrá sus buenas consecuencias. Pero no olvides que un mal gesto  a largo plazo podrá tener también consecuencias inesperadamente negativas, pero merecidas. Sigue tu instinto, pero con cabeza.

No midas la dificultad de los problemas, mide tu capacidad para afrontarlos, cualquier gesto o ayuda será mucho mejor que no hacer nada. Eres incapaz de controlar las consecuencias de los actos de los demás, pero sí puedes con tu actitud frente a las situaciones. Como dijo Maurice Maeterlinck: “no trates de evitar el dolor, porque es inevitable, trata de escoger las consecuencias“.

Cuántas veces nos decimos que de haberlo sabido habríamos actuado de otra manera. Pero en ese caso, ¿hasta qué momento tirarías atrás? (Atención, SPOILER: Escena final de El Efecto Mariposa). No te lamentes por lo que hiciste en el pasado, aprende de él, convierte ese tornado en viento a favor.

En definitiva, eres la sucesión de todos tus actos previos, mañana serás lo que hoy hayas decidido hacer. No actúes para los demás, actúa tal como te salga, no de forma egoista, sino sincera: di te quiero si lo sientes, exprésale tu malestar si así lo deseas, ves a dormir pronto si estás cansado, no trates de ser lo que los demás quieren que seas, sino lo que tú quieres ser con los demás.

Hay varias maneras de evitar un tornado, sonríe cuando hables, procura ser positivo, pide perdón cuando te equivoques y calla cuando aciertes. En definitiva, no crees situaciones que puedan provocar futuras discusiones, actúa como quieres que salgan las cosas y nunca te podrás reprochar nada.

Cuando Creía Saber Todas Las Respuestas, Me Cambiaron Las Preguntas

Cómo negar la resistencia natural al cambio, si parece venir en nuestro ADN. Es así, el ser humano parece estar programado desde siempre para que cualquier cambio, cualquier cosa que le sea nueva le produzca un terror increíble. ¿Quién no se ha quejado cuando Facebook ha cambiado su plataforma? Y aunque suene tonto este ejemplo, la resistencia al cambio es tan indiscutible que seguramente todos respondimos a esta pregunta: Yo.

Si tuviésemos que definir la vida en dos palabras muy puntuales, esas serían: cambio constante. Ningún nuevo día es igual al anterior aunque el clima esté igual o hagamos lo mismo; no importa qué tan encerrado estés en tu rutina porque siempre algo nuevo te ocurrirá, aprenderás o conocerás. Nuestra vida es como un río que no para de correr; fluimos a través del espacio y del tiempo queriendo saberlo todo; pero en el momento menos esperado y cuando creíamos saber todas las respuestas, el mundo nos cambia las preguntas.

¿Deberíamos preocuparnos de algo respecto al cambio? Sí; de no reconocerlo o aceptarlo y de no estar preparados para él. Y es a partir estas respuestas que podemos construir este pequeño “manual” para enfrentar el cambio con todos los hierros.

Reconocer el cambio me permitirá aceptarlo
Empecemos teniendo claro que el cambio nunca viaja solo. Solemos temerle porque siempre anda acompañado de tres emociones que no queremos sentir: miedo, vergüenza y apatía. El miedo es el primero en golpear y por eso es lo primero que experimentamos; así que, cuando estemos en sus garras bastará con que nos preguntemos el porqué. Seguramente la respuesta tendrá que ver con la segunda emoción: la vergüenza. Al no saber a qué nos enfrentamos es común temerle por vergüenza de quedar como ignorantes; y así es que nace la apatía. Nos refugiamos en ella tratando de mostrar que no nos importa, pero la verdad es que sí.

Consejo: El miedo, la vergüenza y la apatía son más cobardes que tú, por eso atacan en pandilla. Simplemente párate de frente y rétalos.

Aceptarlo me permitirá estar preparado
El miedo, la vergüenza y la apatía son las supuestas fortalezas del cambio, esas de las que se vale para aterrarnos, pero en realidad son sus puntos débiles. Si reconocemos estas emociones entonces estaremos a solo un paso de aceptarlo. La mejor forma para cerrar el ciclo de aceptación al cambio es entendiendo nuestra primera premisa: la vida es cambio constante. ¿Para qué darnos mala vida cuando nos enfrentemos a algo nuevo? No existe la máquina del tiempo para cambiar el pasado o predecir el futuro; por eso ocupémonos de entender lo que ocurre hoy.

Consejo: El pasado es historia y el futuro es un misterio. Entrémosle con todo al presente y veremos con total normalidad todo lo que sea nuevo.

Estar preparado me permitirá vivir el cambio como todo un experto
Y esta es la fase final en la que entendemos que nada se pierde, solo se transforma. Cuando reconocemos y aceptamos el cambio simplemente nos estamos transformando; ahora somos guerreros con una nueva fortaleza: no nos intimidamos con lo nuevo. ¿Listos para dejar fluir la vida hacia el cambio?