Siempre llega, la sequía está esperándote a la vuelta de la esquina como agua de mayo cuando alcanzas los veintitantos (en el mejor de los casos). Te lamentarás, cuestionarás tu físico, tu forma de ser, tu estilo de vida, pero la única verdad es que tú no pillas porque no quieres (o algo así).
Sí, chica, tú al igual que yo repites eso de “es imposible, no encuentro a nadie que merezca la pena”. Pero dentro de ti sabes perfectamente que sufres el mismo problema que el resto: te gusta lo difícil, la gente rara, esos seres que te ponen las cosas complicadas y jamás te devuelven la llamada. Pero, ¿por qué? Es la maldición milenial por excelencia, querer a los que no te quieren, buscar el camino más oscuro y elegir la montaña rusa como modo de vida. Somos idiotas. Pero no te preocupes, es algo compartido, no eres tú, somos todas (bueno, Tamara Falcó no).
El lado oscuro atrae, grita tu nombre vayas a donde vayas, y por eso no puedes evitar caer rendida a su asqueroso narcisismo, a su interminable lista de puntos peligrosos. Es la carretera perdida hacia ninguna parte en la que el malo de la película siempre será tu preferido. Son repelentes pero irresistibles (hasta que otro Dexter os separe).
Aquí la cuestión es reflexionar por qué somos tan estúpidos como para menospreciar a aquellas personas que se portan bien con nosotros, que intentan hacernos felices y son fáciles. Nos decantamos por la odisea de un Pete Doherty que consiga hacernos perder el control de aboslutamente todo. No lo digo yo, lo dice Gregory Louis Carter desde la Universidad de Durham. Es una cuestíón de selección, de supervivencia, donde los más fuertes son los más turbios. Nada de buenas intenciones, ni de paseos amigables, ahora lo que toca es encontrar el subidón de tu vida.
No queremos cargar con la culpa de no ser capaces de querer a alguien, buscamos la fantasía de luchar por algo casi incalcanzable porque sabemos que en el fondo no queremos enamorarnos, sino explotarnos. Somos los nuevos suicidas del amor y eso nos hace peligrosos, pero el riesgo es el arma de la victoria más reconfortante, así que supongo que eso es precisamente lo que deseamos. Se trata de ganar, de sentir, lo que sea, pero sentir. Nos aferramos a la idea de vivir una aventura llena de acción y perdemos la noción de la realidad con el objetivo de bailar encima de una cuerda. Queremos ser esas personas que logren hacer volar a esa persona y revivir todo lo que siempre has soñado en tus películas.
La realidad es que nada es como sucede en tu cabeza, y que por muchos efectos especiales que pongamos, hay algo que no se puede cambiar jamás: los sentimientos. Y ahí vuelves a entrar en juego tú otra vez, porque el verdadero reto no es conquistar a esa persona, sino seguir manteniendo vivo eso que tienes ahí dentro, esa mentira que algún día cederá para gritar: “no busco compromiso, quiero estar sola”.
Las relaciones son demasiada responsabilidad y sabes que tienes demasiada energía ahí dentro. Quizás te dé tanta pereza asumirlo que prefieras escribir guiones absurdos mientras no sepas quién eres (mientras te lamentas por todo). Lo fácil es fingir que todo es difícil.
Sigue jugando.