sábado, 25 de enero de 2014
la viagra...
Un tipo va a la farmacia y dice:
Sr. Déme 3 viagras que van 3 mujeres para mi casa y quiero disfrutar toda la noche.
Al otro dia va y pide 3 relajantes musculares.
El vendedor dice: para las mujeres?
Y el tipo contesta: No, para brazo..... Esas mal paridas no fueron.
Sr. Déme 3 viagras que van 3 mujeres para mi casa y quiero disfrutar toda la noche.
Al otro dia va y pide 3 relajantes musculares.
El vendedor dice: para las mujeres?
Y el tipo contesta: No, para brazo..... Esas mal paridas no fueron.
“Te quiero, hijo mío”
Tengo muchos recuerdos de mi padre y de cómo crecí a su lado en nuestro departamento junto a las vías del tren elevado. Durante veinte años oímos el rugido del convoy cuando pasaba por la ventana de su dormitorio. De noche, tarde, papá esperaba solo en las vías el tren que lo llevaba a su empleo en la fábrica, donde trabajaba en el turno de medianoche. Esa noche en particular, esperé con él en la oscuridad para despedirlo. Su rostro estaba triste. Su hijo menor, es decir yo, había sido reclutado. Le tomarían juramento a la mañana siguiente a las seis, mientras él estaba en su máquina de cortar papel en la fábrica. Mi padre había hablado de su rabia. No quería que “ellos” se llevaran a su hijo de sólo diecinueve años, que nunca había bebido o fumado un cigarrillo, a pelear en una guerra en Europa. Puso sus manos en mis delgados hombros. -Ten cuidado, Jorge, y si alguna vez necesitas algo, escríbeme y me ocuparé de que lo consigas. De pronto oímos el rugido del tren que se aproximaba. Me abrazó con fuerza y me besó suavemente en la mejilla. Con los ojos llenos de lágrimas murmuró: -Te quiero, hijo mío. Entonces llegó el tren, las puertas lo encerraron dentro y desapareció en la noche. Un mes más tarde, a los cuarenta y seis años, mi padre murió. Tengo setenta y seis en el momento de sentarme a escribir esto. Una vez oí a Pete Hamill, el periodista de Nueva York, decir que los recuerdos son la mayor herencia de un hombre, y tengo que coincidir con él. Sobreviví a cuatro invasiones en la Segunda Guerra Mundial. He tenido una vida llena de todo tipo de experiencias. Pero el único recuerdo que permanece es el de aquella noche en que mi papá me dijo: “Te quiero, hijo mío”
calificación de tus hijos...
Era miércoles, 8:00 a.m., llegué puntual a la escuela de mi hijo -“No olviden venir a la reunión de mañana, es obligatoria - fue lo que la maestra me había dicho un día antes. -“¡Pues qué piensa esta maestra! ¿Cree que podemos disponer fácilmente del tiempo a la hora que ella diga? Si supiera lo importante que era la reunión que tenía a las 8:30. De ella dependía un buen negocio y... ¡tuve que cancelarla! Ahí estábamos todos, papás y mamás, la maestra empezó puntual, agradeció nuestra presencia y empezó a hablar. No recuerdo qué dijo, mi mente divagaba pensando cómo resolver ese negocio tan importante, ya me imaginaba comprando esa nueva televisión con el dinero que recibiría. Juan Rodríguez!” -escuché a lo lejos -“¿No está el papá de Juan Rodríguez?”-Dijo la maestra. “Sí aquí estoy”- contesté pasando al frente a recibir la boleta de mi hijo. Regresé a mi lugar y me dispuse a verla. -“¿Para esto vine? ¿Qué es esto?” La boleta estaba llena de seises y sietes. Guardé las calificaciones inmediatamente, escondiéndola para que ninguna persona viera las porquerías de calificaciones que había obtenido mi hijo. De regreso a casa aumentó más mi coraje a la vez que pensaba: “Pero ¡si le doy todo! ¡Nada le falta ¡Ahora sí le va a ir muy mal!” Llegue, entré a la casa, azoté la puerta y grité: -“¡Ven acá Juan!” Juan estaba en el patio y corrió a abrazarme. -“¡Papá!” -“¡Qué papá ni que nada!” Lo retiré de mí, me quité el fajón y no sé cuántos golpes le di al mismo tiempo que decía lo que pensaba de él. “¡¡¡¡ Y te me vas a tu cuarto!!!”-Terminé. Juan se fue llorando, su cara estaba roja y su boca temblaba. Mi esposa no dijo nada, sólo movió la cabeza negativamente y se metió a la cocina. Cuando me fui a acostar, ya más tranquilo, mi esposa se acercó y entregándome la boleta de calificaciones de Juan, que estaba dentro de mi saco, me dijo: -“Léelo despacio y después toma una decisión...”. Al leerla, vi. Que decía: BOLETA DE CALIFICACIONES Calificando a papá: Por el tiempo que tu papá te dedica a conversar contigo antes de dormir: 6 Por el tiempo que tu papá te dedica para jugar contigo: 6 Por el tiempo que tu papá te dedica para ayudarte en tus tareas: 6 Por el tiempo que tu papá te dedica saliendo de paseo con la familia 7 Por el tiempo que tu papá te dedica en contarte un cuento antes de dormir 6 Por el tiempo que tu papá te dedica en abrazarte y besarte 6 Por el tiempo que tu papá te dedica para ver la televisión contigo: 7 Por el tiempo que tu papá te dedica para escuchar tus dudas o problemas 6 Por el tiempo que tu papá te dedica para enseñarte cosas 7 Calificación promedio: 6.22 Los hijos habían calificado a sus papás. El mío me había puesto seis y sietes (sinceramente creo que me merecía cincos o menos) Me levanté y corrí a la recamará de mi hijo, lo abracé y lloré. Me hubiera gustado poder regresar el tiempo... pero eso era imposible. Juanito abrió sus ojos, aún estaban hinchados por las lágrimas, me sonrió, me abrazó y me dijo: -“¡Te quiero papito" Cerró sus ojos y se durmió. ¡Despertemos papas! Aprendamos a darle el valor adecuado aquello que es importante en la relación con nuestros hijos, ya que en gran parte, de ella depende el triunfo o fracaso en sus vidas. ¿Te has puesto a pensar que calificaciones te darían hoy tus hijos? Esmérate por sacar buenas calificaciones... “El mejor legado de un padre a sus hijos es un poco de su tiempo cada día”
tu verdadero valor,es el que tu vales no el que otros digan que vales.
«Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?». El maestro sin mirarlo, le dijo: Cuanto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después. Y haciendo una pausa agregó: Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este problema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar. Encantado maestro, titubeó el joven, pero sintió que otra vez era desvalorizado, y sus necesidades postergadas. Bien asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño y dándoselo al muchacho, agregó: toma el caballo que está allá afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Ve y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas. El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta. Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado, más de cien personas, y abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó. Cuanto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro, podría entonces habérsela entregado él mismo al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda. Entró en la habitación. Maestro, dijo, lo siento, no pude conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo. Qué importante lo que dijiste, joven amigo, contestó sonriente el maestro. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregunta cuánto te da por él, pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo. El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil con su lupa, lo pesó y luego le dijo: Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo. 58 MONEDAS !!!!!!!!! Exclamó el joven. Si, replicó el joyero, yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé… si la venta es urgente. El joven corrió emocionado a la casa del maestro a contarle lo sucedido. Siéntate dijo el maestro después de escucharlo. Tú eres como este anillo: una joya valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor? Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño.
viernes, 24 de enero de 2014
el sabio y los necios...
Un sabio, cierta tarde, llegó a la ciudad de Akbar. La gente no dio mucha importancia a su presencia, y sus enseñanzas no consiguieron interesar a la población. Incluso después de algún tiempo llegó a ser motivo de risas y burlas de los habitantes de la ciudad. Un día, mientras paseaba por la calle principal de Akbar, un grupo de hombres y mujeres empezó a insultarlo. En vez de fingir que los ignoraba, el sabio se acercó a ellos y los bendijo. Uno de los hombres comentó: - "¿Es posible que, además, sea usted sordo? ¡Gritamos cosas horribles y usted nos responde con bellas palabras!". "Cada uno de nosotros sólo puede ofrecer lo que tiene" -fue la respuesta del sabio-.
autoestima,personal.
Casi puedo verlo, este sueño que estoy soñando, pero hay una voz dentro de mi cabeza diciendo tu nunca lo alcanzarás. Cada paso que doy, cada movimiento que hago, me hace sentir perdida, sin dirección, mi fe tiembla. Pero yo, tengo que seguir intentando debo mantener mi cabeza alta. Siempre habra otra montaña, siempre voy a querer que se mueva, siempre va a ser una batalla cuesta arriba, a veces voy a tener que perder. No se trata de la rapidez con la que llegar, no se trata de lo que me espere al otro lado, es el ascenso. Las luchas a las que me enfrento, las oportunidades que tomo, a veces me golpeo, pero no me estoy rompiendo. Tal vez no lo se,pero estos son los momentos que mas voy a recordar,si solo tienes que seguir adelante. Y yo, tengo que ser fuerte, solamente seguir peleando.
jaimito
La maestra le pregunta a Jaimito:
-Jaimito, que tiempo de verbo es el de la siguiente frase:
´´Yo no queria ser padre´´
A lo que Jaimito contesta:
- ¡Preservativo imperfecto, señorita!
-Jaimito, que tiempo de verbo es el de la siguiente frase:
´´Yo no queria ser padre´´
A lo que Jaimito contesta:
- ¡Preservativo imperfecto, señorita!
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